Mentir para sobrevivir blog

Por José A. Ciccone

Durante esta crisis, muchas veces nos hemos preguntado cómo terminará toda esta incertidumbre, si alguna vez se acabará del todo o como algunos agoreros afirman, tendremos que acostumbrarnos a vivir con este mal para siempre. Hay gente muy preocupada, otras aterradas y compungidas por la pérdida de un ser querido. Muchas más esperanzadas en que esto pase o llegue la salvación por medio de alguna vacuna milagrosa que ponga paz y luz verde para continuar con aquella vida normal que llevábamos. Mientras tanto seguimos apoyándonos en los afectos como medicina eficaz para enfrentar los males. Sólo con ellos como auxilio podemos seguir adelante y hacer que esta forma de vida impuesta por la adversidad pase como un mal viento temporal, nada más.

Rodearnos de afectos siempre resultará beneficioso para el alma, el físico y la psiquis. ¿Qué puede compararse a una caricia recíproca o la mirada, de un hijo o un nieto, cuando cambias impresiones con ellos? ¿Quién no se alegra el espíritu con la mano tendida de un hermano que es la voz de tu sangre? ¿Cómo no conmoverse en positivo cuando tu pareja de vida te habla de cerca imprimiéndote fuerzas para seguir adelante? ¿Qué resulta comparable a la charla revitalizadora con un amigo? ¿Qué derrama de ternura se equipara al acto de abrazar a tu mascota y sentir su corazón cercano al tuyo?

Nada iguala al acto espontáneo de los afectos, ningún otro contacto fertiliza la existencia humana y fortalece más que ellos, tenerlos cerca es estar en armonía con el entorno.

Cuando revisamos la historia y vemos, por ejemplo, que durante el holocausto judío, llegando casi a la mitad del siglo pasado, las personas que sobrevivieron a esos actos vergonzantes para la raza humana, lo hicieron apoyados en el recuerdo de los afectos vividos y los que recobrarían a partir de una supuesta libertad que muchos, por desgracia, no pudieron volver a experimentar. Aquellos afortunados que sí lo hicieron, fueron los testimonios fieles que nos decían haber depositado su existencia y ganar fuerzas, en la memoria abrigadora de aquellos afectos perdidos y poder brindar los suyos en su recuperación, el afecto como motor de vida, impulsando una visión renovadora.

Hace unos meses, una buena amiga psicóloga me explicó el porqué de los afectos y cómo se generan, con una descripción técnica, algo fría y complicada pero médicamente cierta. “La clave de Afecto manda repetida información al cerebro y, finalmente, la magnitud de estradiol producido llega también como información de sumación a la corteza, lo que en condiciones normales, constituye una señal para que los estratos nerviosos superiores den la orden de cese a la descarga de clave y al final de la Conciencia-Afecto”.

Una vez más recordamos que el sujeto es memoria y la memoria está escrita en el cuerpo, por eso una de las vivencias más terribles en aquellos que asisten a un enfermo de Alzheimer es contemplar como desaparece una persona en su cuerpo vivo, cuando se van borrando las memorias de su historia.

Por estas razones y muchas más, disfrutemos con intensidad el afecto propio y el que nos brindan los demás. Demostremos en cada escalón de la vida aquello que sentimos profundamente expresado en afectos continuos y alegría, porque el afecto que se esconde se traduce ni más ni menos que en tristeza.

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