Por José A. Ciccone

Como todos sabemos no hay verdades absolutas, aunque muchos se crean dueños de ella, depende de la comprobación fidedigna posterior del que la expresó como cierta. Puede haber una mentira oculta o no conocer el origen de tal aseveración. El país y el mundo están envueltos en un caos que produce un contenido de informaciones falsas, confusas o malintencionadas, supuestas verdades o mentiras disfrazadas vienen y van, sobre todo en los dos temas centrales que hoy nos dominan: el Covid19 y ‘la economía que viene’. Al primero lo estamos experimentando en su versión más aguda y maligna; el segundo, la crisis que presumen los expertos, nos atacará inmediatamente después, o mejor dicho, ya está patente en los famélicos mercados de todo el mundo y empresas cerradas en los dos últimos meses. En medio de este mar revuelto, lo que sí podemos decir es que estamos precariamente seguros, de que sólo aquellos que creen que existe la verdad, pueden asegurar con apabullante convicción que existe la mentira, su contraparte.

Aunque parezca exagerado o aterrador, es prudente inferir que la verdad no significa un hecho único, ni aprehensible en una sola aseveración. Suele ser múltiple, variable, paradojal, contradictoria y de una complejidad que supera la capacidad de comprensión de la mayor parte (¿o la totalidad?) de las personas. Si esto es cierto, como consecuencia es válido conjeturar que la mentira, como justificación de la verdad, padece de la misma complejidad que impide una única y certera definición.

Establecida provisionalmente la vaguedad mutua de la verdad y de la mentira, conviene que haga yo una escala técnica; esto no intenta incurrir en el cinismo ni en su inmediata consecuencia de que ‘todo es igual’, y que por lo tanto cualquiera está habilitado para incursionar en la tropelía y el despropósito. Nuestra experiencia como integrantes de la raza humana y las desventuras sufridas, nos indican claramente la idéntica peligrosidad de los cínicos y de los intolerantes, que se potencia hasta las calamidades públicas, cuando se tiene la posibilidad de ejercer el poder y manejar verdades o mentiras con absoluta libertad, como lo hacen los políticos de viejas mañas. Agréguele lo omnímodo que se sienten.

La complejidad de la verdad y de la mentira, no desvanecen la necesaria existencia de algunas certidumbres, que son las que nos permiten establecer las reglas de convivencia en una sociedad civilizada, en la que sea posible el maravilloso acto de volver a nacer y crecer, encontrando la armonía entre la tolerancia y la moral. Vuelvo al redil.

Mi creencia en la complejidad de la mentira y de la verdad, se traduce en una personal impotencia para formular sobre éstas, definiciones breves, precisas y ciertas, pero no me ahorran el vivir en un mundo donde ellas existen, y donde son muchas las ocasiones en las que se las padece, es cierto que lo que a veces es verdad para unos, suele ser mentira para otros. Pero también ocurre que, no son menos los casos en los que, lo que significa verdad o mentira para unos, puede serlo para todos.

Dicho de otra manera, me resulta complicado definir qué es una persona, pero esto no me impide reconocer a un hombre cuando lo veo caminando por la calle.

“La gente siempre encuentra mentiras más emocionantes que la verdad. Las mentiras son como un virus que se propaga fácilmente y puede contaminar la verdad, lo que hace imposible que las personas separen los hechos reales de los rumores maliciosos”.

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