Por José A. Ciccone

Muchos la difunden a diario casi sin darse cuenta, otros con aviesas intenciones la hacen suya para exponer sus verdades o mostrar sus imposturas, algunos la recuerdan con nostalgias de otros tiempos, cuando los políticos sabían de qué hablaban al nombrarla. Todos, sin excepción, la necesitamos si queremos seguir viviendo dentro de esta democracia; con defectos, errores e imperfecciones, pero sin perder de vista que es lo mejor que podemos aspirar, sabemos bien que para practicar este régimen, la política –aún desprestigiada y mal representada-, seguirá siendo poco menos que imprescindible.

Para los que ya peinamos canas o cepillamos calvicie, lo que más nos molesta es la poca o nula cultura que esgrimen los políticos de hoy -y de ayer, para no entrar en sexenios fallidos-, con respecto al conocimiento de la política. Hay quienes se dicen ser de izquierda y le hacen daño a todo lo positivo que puede generar esta inclinación, haciendo papelones públicos, exhibiendo una ignorancia supina, o defendiendo lo indefendible. Se olvidaron, o nunca se enteraron, que el mismísimo filósofo y economista alemán Karl Marx sostenía: La imposibilidad de distribuir riquezas sin antes crearlas, en la prioridad del crecimiento económico, en la necesidad de una base próspera para lograr aun el más modesto estado de bienestar, para la comunidad y todo un país.

Por fortuna, como para hacer buen equilibrio, hay funcionarios y políticos de esta misma orientación que hoy trabajan mucho todos días y hacen las cosas bien, a conciencia pues. La derecha parece ser hoy una mala palabra, erróneamente los políticos esquivan el vocablo como si ser o definirse de derecha fuese un pecado capital, olvidándose de todas las cosas buenas que también nos dejó esta posición, a pesar de las graves faltas en que cayeron, que en estos tiempos no son propiedad exclusiva de nadie, porque todos las cometen. Los errores en el terreno político más bien parecen ya posicionarse como ambidiestros.

Hoy los conceptos de derecha o izquierda, los de progresismos y liberalismos están muy distorsionados, se los emplea a menudo en sentidos inciertos y plagados de vaguedades, confunden al ciudadano, por lo tanto piden a gritos ser redefinidos, quizá haya que contemplar nuevos códigos para restablecer la definición originaria, pero tomando en cuenta que esos contenidos no son inmutables y se van transformando de acuerdo con los cambios históricos que experimenta nuestro México y otros países en el mundo. No sólo el Covid-19 nos enseñó que todo puede cambiar de manera imprevista, muchos ciudadanos que nos informamos puntualmente, conocemos ese axioma y estamos en la búsqueda permanente de una luz más clara en cuestiones que atañen a la vida pública.

Por otra parte, está comprobado que el político de corte teórico que no concreta sus propuestas, está condenado al fracaso, lo leemos en la historia. Nicolás Maquiavelo escribió su famoso y difundido “El Príncipe” como consecuencia de la derrota de César Borgia a quien consideraba como modelo de gobernante; las obras de Marx fueron los frutos de su accidentado exilio y del fracaso de las revoluciones de su época. En cambio, los hombres que ejercen bien la política emprendiendo acciones, no tienen tiempo suficiente para teorizar, sí para planear y ejecutar obras sin intermitencias. Debemos proponer entre todos, el intercambio de opiniones, los distintos puntos de vista, los fundamentos que los soportan y las propuestas que exhibimos, todo dentro de un marco democrático; debatible, empático y amigable. Con madurez y amplio criterio, nunca con ‘sordera parcializada’, acompañada de cerrazón fanática y bizantina.

Las ideas ajenas nos ayudan a esclarecer, enriquecer o completar las nuestras y cuando no coincidimos nos sugieren cambiar el camino tomado, nos invitan a matizar y reforzar hasta mejorar nuestros puntos de vista. Desde los griegos, que sabían mucho del tema, el modo de pensar ha sido la discusión, porque es el más adecuado para el ejercicio de la libertad, fundamento principal de la condición humana.

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