Mentir para sobrevivir blog

Por José A. Ciccone

El pasado 4 de enero se celebró -y conmemoró al mismo tiempo, por la cantidad de compañeros que han sido asesinados-, el Día del periodista en México. Cada año insistimos que el ejercicio libre de esta noble profesión, requiere de muchas garantías para ser expuesto dignamente.

A estas alturas y con hechos comprobados donde las investigaciones serias del gremio ponen a temblar o preocupar a cualquier funcionario público de la talla que sea, donde los ejemplos sobran, como las recientes grabaciones que develó el Washington Post que tanto revuelo causaron, dejando al descubierto, de la peor manera, al presidente Trump.

No podemos afirmar que el periodismo perdió sus fuerzas o que los propios medios impresos -en papel o reflejados sobre una pantalla-, hayan visto debilitado su poder, nada de eso, seguiremos disfrutando de estos pulcros trabajos y de esas voces que tratan de reflejar la verdad a cualquier costo, aún el de sus propias vidas.

En fin, hay de todos los colores y sabores para que el llamado quinto poder, hoy más que nunca, ejerza esta profesión tan vital para la propia comunicación humana. No hay periodismo sin gente, no hay noticia sin acontecimientos. Será menester entonces, avanzar con el firme propósito de seguir vivos en este oficio que articula lo que muchos piensan, desplegando el viejo arte de decir lo importante en el momento decisivo y alineándose con quienes piensan que las palabras y los gestos pueden y deben ser una sola e imprescindible pulsión.

Defender la palabra como parte de los hechos
Editorializar en una sociedad como la de hoy, en la cual las opiniones permanecen devaluadas -no sin razones-, puede resultar una peligrosa tentación. El riesgo es importante si la tarea es enfrentada desde el ejercicio profesional del periodismo y no desde la supuesta sabiduría de un púlpito electrónico.

Es tarea de esta actividad, además de informar con oportunidad, la de opinar -subrayando que las opiniones son espacios de subjetividad que deben legitimar su propia vigencia con coherencia, ingenuidad, solidez, audacia y transparencia. En resumen, opinar no como impunidad autoritaria, sino como trabajo humano, arduo, exigente, comprometido y liberador para quien lo ejerza.

Se pueden reescribir guiones. Los mandatos no tienen por qué cumplirse inexorablemente. No siempre tenemos que acatar la condena de consumar la tragedia anunciada. Los hombres libres pueden enriquecer sus historias, modificar la vida, o al menos no aceptarla tal como a veces se nos pretende imponer, torva y prepotente. Aprendí con los años que el mundo de las palabras integra una galaxia no siempre uniforme, responde a reacciones diversas y se organiza, la mayoría de las veces, con supuestos distintos.

Sucede que leernos y ver en negro sobre blanco aquellas palabras que tiramos al viento en el sublime y febril acto de escribir, es dolernos luego por imprecisiones cometidas, modificarnos por excesos vertidos, reclamarnos por falencias y reprocharnos errores, para luego asumir el derecho de “pasarnos en limpio” y enmendar errores, porque las esencias han sido pulidas y mejor estructuradas, pero nunca desvirtuadas ni acomodadas al momento ni a la conveniencia de alguien en particular.

La alta temperatura de la actividad periodística, el alto voltaje de la producción editorial y la propia marcha vertiginosa y veloz del mundo que transitamos, tornan ilusoria una vigencia blindada de las palabras.

La palabra escrita significa ahora, un ulterior compromiso con la obsesión de la excelencia, esa asignatura pendiente. Plasmarla es hoy, más que nunca, una afirmación positiva respecto del pesimismo de la época que nos ha sido dada, Confiar, creer y nutrir una expectativa es un modo de desautorizar a la muerte, o al menos una puerta de entrada a la fabricación de esperanzas.

Mientras tanto, el periodismo sin descanso ni vedas pandémicas, tratará de reflejar, cuestionar, acomodar y poner en claro los mensajes políticos, que en año electoral, pronto aparecerán en redes y los ahora llamados ‘medios ortodoxos’, aunque sabemos de antemano que se parecerán mucho a la crisis sanitaria provocada por el Covid-19 o a la economía global, pues no encontrarán una salida airosa tan fácil.

En la antigua Grecia se temía que el crecimiento demográfico de la nación impidiera al pueblo participar en los asuntos del gobierno, ya que empezaba a ser imposible reunirse en la plaza para oír a los gobernantes y funcionarios, informarse y juzgar sus actos.

Las redes sociales, radio, televisión y periódicos, todos los medios de comunicación, en su mayoría, cumplen esa misión, de modo que hoy se apoya en ellos una buena parte de la actividad democrática: millones de personas se informan cada día de lo que sucede, comparten y conocen las opiniones, más las decisiones de los propios gobernantes.

Cabe preguntarse entonces cuáles son los principales atributos que debe reunir la información para cumplir eficazmente aquel objetivo. La respuesta es sencilla: verdad y claridad. Sin ellas no hay periodismo. Debe agregarse a esos atributos la actualidad o novedad de la información, que hace sin duda a la esencia de esta noble profesión.

 

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