Por José A. Ciccone
Hoy 7 de junio, es el día de la Libertad de Expresión. Una fecha cara a los sentimientos de aquellos que como única arma o herramienta, utilizan el análisis, la investigación, la pluma y la palabra para expresar, a través de los medios que consultamos a diario, los acontecimientos cotidianos que mucha gente no puede hacer con la puntualidad, destreza y objetividad de un profesional de la comunicación, extendiendo y haciendo pública una voz, una inquietud, una noticia y bregando siempre para guiar al receptor desde la óptica objetiva y una profunda observación de los hechos, hacia el camino de la claridad informativa, en la búsqueda de la verdad, que no es propiedad de nadie, pero sí un derecho de todos.
Mi admiración a mis amigos que ejercen esta noble profesión –que son muchos para mi fortuna-, y un respeto reverencial para todos los que día con día se encomiendan decididamente a esta tarea con valor y fuerzas renovadas en nuestra Baja California y México en general.
Una reiterada protesta –a quien corresponda-, por los vejámenes y asesinatos cometidos contra el gremio periodístico, que en muchos puntos del país y del mundo sufren estos atropellos a su libertad de expresión y son expuestos a la violencia constante, matando a profesionales del ramo a diestra y siniestra sin que haya, hasta ahora, una medida efectiva que los proteja de tanta barbarie.
En la antigua Grecia se temía que el crecimiento demográfico de la nación impidiera al pueblo participar en los asuntos del gobierno ya que empezaba a ser imposible reunirse en la plaza para oír
a los gobernantes y funcionarios, enterarse oportunamente y poder juzgar sus actos.
Hoy, todos los medios de comunicación cumplen -o deberían cumplir- esa misión, de modo que se apoyan en ellos buena parte de la actividad democrática: millones de personas se informan cada día de lo que sucede y conocen las opiniones y decisiones de las empresas, los gobernantes, legisladores o jueces y forman parte de esa tribuna interactiva en las redes sociales haciendo oír sus voces.
Es sabido entonces cuáles son los principales atributos que debe reunir la información para cumplir eficazmente aquel objetivo: verdad, claridad y honestidad en lo publicado. Sin ellas no hay periodismo posible. Debe agregarse a estos atributos la actualidad o novedad de la información, que hace sin duda a la esencia de esta profesión.
Dignificar la tarea
Desde su momento inicial, opinar desde la tribuna de un medio, aclarándole al lector que está leyendo puntos de vista personales, diferenciados en cierta forma de la otra crónica informativa, se constituye en una apuesta laboriosa y esperanzada en la potencia de la palabra escrita o hablada. Las opiniones representan siempre espacios de subjetividad que deben legitimar su propia vigencia con coherencia, transparencia, solidez, audacia y autoridad de criterio. Dicho con otras palabras, opinar sí, pero nunca como impunidad autoritaria, sino como un falible trabajo humano, arduo, exigente, continuo, comprometido y genuinamente liberador.
La palabra de un periodista, hoy con más fuerza que nunca, significa un ulterior compromiso con la obsesión de la excelencia, esa especie de asignatura siempre pendiente. Plasmarla en nuestros días, es una afirmación positiva respecto del pesimismo de la difícil época que nos toca vivir. Creer, confiar, y nutrir una expectativa, es un modo de desautorizar a la muerte, o al menos es una puerta de entrada a la fabricación de esperanzas, a la extensión de la verdad bien dicha, a las voces valientes.
Estos tiempos que transitamos, estúpidamente acelerados, obscenamente materialistas y marcadamente confusos, no son nada propicios para deseos sublimes. Son, de cualquier forma, un desafío constante y permisivo. La diáfana claridad informativa, el conocimiento pleno y veraz de los sucesos, pasó a convertirse, lenta pero inevitablemente, en parte de nuestra vida cotidiana.
Harta de muchos años de mentiras o verdades maquilladas, la gente quiere y exige buenos productos periodísticos. La imperiosa necesidad de una verdad puesta en su lugar correcto y en el momento preciso, ya dejó de ser una mera retórica y se transformó en una mecánica constante que nada ni nadie podrá detener. Tras ella viene la necesidad de que no haya impunidad. Este proceso es y continuará siendo posible porque México vive hoy en una libertad que no es regalo de alguien en particular, sino un logro de todos sus habitantes en los últimos 20 años.
Ojalá aquellos funcionarios de ‘primer nivel’, atacados de una grave miopía progresiva, dejen de pensar que el periodismo es el culpable de todos los males que aquejan al país y empiecen a ver, que por el contrario, el gremio es en nuestros días, víctima de atropellos, injusticias e inequidades.
El periodismo vive los prolegómenos de una nueva era, en la que deberán redefinirse muchos de sus argumentos centrales hasta ahora preservados tal como fueron concebidos durante muchos años. Los aires de cambios, de la mano de las nuevas generaciones, son evidentes y todo lo que puede suceder es que el tiempo de otras verdades tarde en llegar, pero es inexorable.