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Por Jorge Valdivia
 

Para mi abuelo no era lógico decirle pelón a alguien que no tenía cabello, al contrario, pelón para él era sinónimo de mucho pelo. Un calvo entonces, es un pelado, que a mi me parece más un término para alguien que dice groserías.

Una canción que cantaba Pedro Infante, escrita por Miguel Aceves Mejía, el “Rey del falsete” dice: “Yo tenía un chorro de voz y me daba mi paquete, me admiró Jorge Negrete, Pedro Vargas y otros dos, pero del chorro de voz sólo me quedó el chisguete”.

Esto se acomoda a muchas situaciones que con el tiempo la vida nos va sorprendiendo, o como decía Don Manolo de una manera trágica-cómica: “Todo por servir se acaba y termina por no servir”. Yo tenía una hermosa cabellera. Una vez la mamá de un amigo me dijo que parecía que traía un montón de rosas en la cabeza.

Un día, cuando tenía 10 u 11 años, mi abuelo me llevó a hacerme un corte de cabello a una peluquería cerca del centro, cuando el “fígaro” terminó su obra me dijo sonriendo que si tenía perro lo amarraran porque no me iba a reconocer. Yo me miraba al espejo sintiéndome como Sansón, no había perdido la fuerza pero al parecer sí mi sentido del humor pues no me causaba risa su comentario.

Las peluquerías y las estéticas son espacios para salir de la rutina, no sólo para darse una manita de gato o cambiar de look, surgen charlas que seguramente nunca tendrías. Antes no me gustaba hablar, eran mis momentos para descansar o intentar poner mi mente en blanco, pero había un estilista, Don Toño, que en cuanto me sentaba, soltaba una frase o una pregunta que retaba a la reflexión profunda, ¿Dar o recibir?, ¿Ser o estar?, Así, de sopetón eran el tipo de cuestionamientos que me hacía.

Salía con el cabello corto pero con las ideas largas. Después, el “chorro” de pelo ya no era tanto que decidí raparme la cabeza y procuro traerla al ras.

Un día caí en la cuenta que siempre me preguntaban ¿cómo lo va querer?. Yo les miraba a los ojos a través del espejo mientras les decía que usaran la “media”, no la cero, no la uno. Así que cuestioné porqué me hacían esa pregunta cada vez, si era obvio que no les pediría el copete rizado y la parte de atrás más larga, me contestó que deben preguntar como una atención al cliente, que no podían ellos asumir qué hacer, lo que me pareció de lo más lógico y decente (aunque recuerdo muchas veces y muchas personas que pidieron un corte o color y terminaron con algo muy distinto).

Tengo años rapándome yo solo, así que ahora esos momentos que rompen la rutina los encuentro con el señor que limpia los zapatos en la banqueta. Aprovecho su especial del día: 2 X 1, (¡me shainea los dos zapatos por el precio de uno!). Le saca brillo a mi calzado y a mi me saca varias carcajadas con sus ocurrencias. Así que si alguien quisiera caminar en mis zapatos, éstos estarán relucientes y gastados por el recorrido. Caminante, no hay camino.

 

 

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