Por José A. Ciccone
Ya los habrá leído u oído en alguna cadena de radio o televisión y comúnmente en las redes sociales, donde tienen campo propicio para desplegar su imaginación sin necesidad de darle cuentas a nadie. Se trata de ‘los expertos’ aquellos que dominan con maestría y destreza todos los temas posibles, desde el delicado y sonado asunto de los feminicidios, pasando por la caída internacional en los precios del petróleo, hasta el mismísimo aterrador coronavirus, que hoy manchó ya los cinco continentes, sembrando miedo e incertidumbre.
Con una liviandad que raya en la irresponsabilidad y sin ponerse rojos de la vergüenza, estos personajes no sólo opinan al aventón sino que son capaces de predecir y afirmar, por ejemplo, a cuánto se venderán los dólares el próximo mes en México, qué tiempo durará nuestro presidente en el poder, qué nueva acción amenazadora tomará el presidente Trump contra nuestro país, cuáles serán los alcances del desastre económico que se avecina, o cuantas personas se verán afectadas letalmente por esta pandemia mundial viral que puso algo tan apreciado como la salud, de cabeza y en vilo. En el tema petrolero la cosa no es distinta y se aventuran a manifestar pronósticos impensados, creando novelas rusas con turbantes árabes, en lugar de consultar con expertos, todo esto, nomás con el objeto de poner a temblar, no a pensar, a un auditorio que confía en ellos y a veces no tiene tiempo de consultar otras fuentes y cotejar esta información que a la postre resulta fallida; es decir, tropiezan con sus propias contradicciones.
Bienvenidos los análisis serios de especialistas en cada tema, es con ellos que debemos auxiliarnos ante las dudas que nos asaltan, pero no con estos improvisados agoreros que parecen disfrutar con las malas noticias, mucho más allá de la objetividad y la seria investigación periodística tan deseada por todos. De algo hay que hablar, se necesitan palabras para llenar el aire, el contenido en las redes y las columnas de periódicos, en eso estoy de acuerdo, pero no a costas de un público expectante y ávido de noticias bien documentadas que le abran un panorama más claro y lo ilustren con datos comprobados, no aventurados y expuestos como si fueran verdaderos.
Los informadores, periodistas o no, jamás deben transitar el camino de los pseudo-hechos, de los anti-hechos, de los no-acontecimientos, esto es lo peor que pudiera ocurrir. El que informa debe recuperar la conciencia de lo que se denomina noticia y la que no lo es. Practicar la buena costumbre de decirle a la gente: ésta es una información, ésta es una interpretación, éste es un comentario editorial o ésta es una opinión personal, no seguir jugando a la captación de auditorio a cualquier precio y con cualquier excusa. No me refiero exactamente a la parte económica, sino a la de los principios, la ética profesional, la de las ideas, la de la transparencia. Porque cuando se pierde la credibilidad por parte del público, será imposible recuperarla.
Este no es un artículo que pretende denunciar a nadie en particular, sino un llamado general a los que informan mal, aquellos que se manejan sin texto ni contexto, para comprobarlo nos basta con ojear periódicos y revistas, darnos unas vueltas por programas de radio o televisión y visitar las redes sociales, revisar los pobres y en ocasiones malintencionados contenidos, luego sacar nuestras propias conclusiones.