Por José A. Ciccone
Desde aquel recordado e inteligente humor blanco de Cantinflas, pasando por el aventado Loco Valdés o el genial improvisador Alberto Olmedo, el inolvidable Germán Dehesa y sus escritos críticos y desopilantes, más la mágica pluma que me arrancó más de una sonrisa, con la fina ironía del peruano Alfredo Bryce Echenique y otra interminable lista que incluye a talentosos caricaturistas, hasta llegar al humor de hoy en las redes, plagado de ‘palabras altisonantes’, como diría alguna señora mayor espantada por los tiempos actuales.
El humor siempre nos despierta, estimula nuestra imaginación y nos vuelve más flexibles porque no es verdad o mentira lo que pregona, sino cómo se lo toma uno, a quién le queda el saco o quienes se sacuden de risa con algo que los toca de cerca, o quizás el humor sea la forma más divertida de la mentira.
No me resulta fácil definir el humor, pero parto de la premisa de que, con cierta aproximación, todos sabemos de qué se trata, convengamos en que recordar los sinónimos: engaño, trampa, ocultación de la realidad, nos aclara lo suficiente como para empezar a divagar algo sobre este tema.
La gran paradoja del humor consiste en que utilizando la mentira o el engaño, muchas veces descubre la verdad más rápida y eficazmente de lo que podría suponerse.
El humor en las formas cómicas utiliza la mentira de varios modos. Se me ocurre que el primero que puedo señalar es el mismo punto de partida en el que la situación humorística nace de un absurdo que debe contar con la benévola aceptación de los demás.
Primer ejemplo: “Un changuito y una víbora se pusieron a platicar en la selva”…
Si la complicidad por este disparate no se produce, todo lo que sigue deja de tener sentido. Pero una vez aceptado este punto, todo el relato puede ser perfectamente posible, al mismo tiempo la situación humorística quedará intacta y sin perder un ápice de efecto.
Otro modo clásico es el de la apelación a lo imposible, partiendo de lo posible, de modo que las premisas que se basan en los datos ciertos, permitan armar situaciones irreales y jocosas.
Segundo ejemplo: Como escenario imaginado, un Congreso de Astronáutica en la NASA, alguien dice: “Señores, vengo a proponer un viaje tripulado al Sol”, pero otro lo cuestiona: “Perdón, ¿usted es consciente que en ese Planeta la temperatura supera un millón de grados centígrados? Como respuesta a esa pregunta surge un: “Claro que lo sé, pero por favor, a quién se le ocurriría ir de día”.
La mentira forma parte de nuestro modo de vida en sociedad y hasta resulta útil en más de un sentido. Lo que sucede es que de forma habitual la sufrimos en situaciones de despojo, donde la mentira es utilizada para quitarnos algo. Pero por suerte para todos existe el humor, que entre otras cosas, reivindica la mentira, utilizándola de un modo que nada tiene que ver con la mezquindad o la maldad, porque en el humor la mentira siempre tiene un final feliz.
Como cuando alguien llega a su hogar en el día de su cumpleaños y se encuentra solo, con la casa a oscuras, al borde la tristeza y de pronto se encienden luces plenas, aparecen parientes y amigos detrás de los sillones, armándose la fiesta. El efecto de sorpresa y los gritos de alegría que seguramente explotarán, necesitaron de esa mentira previa, que hace parecer real la oscuridad y el silencio, para luego quedar disuelta en el festejo.
En el humor sucede lo mismo, porque la situación planteada que involucra una mentira, tendrá un desenlace alegre que compensará con creces lo anterior. El impacto del contraste produce la risa y para que haya impacto, debe haber engaño y resolución, dentro de ciertos límites, cuanto más contraste, mayor impacto y eficacia; por el contrario, si se atenúa el contraste, ya sea en el aspecto formal -volver previsible la resolución-, o en cuanto al contenido –permitir que se transparenten desde los hilvanes hasta las costuras de la mentira-, sin duda que el impacto será menor.
Creo que no está de más recordar que la comicidad es sólo una de las formas posibles del humor y que éste tiene otras formas de expresión que apuntan a la sonrisa como respuesta ideal y no como forma atenuada de la risa, a una más bien plácida sensación de bienestar antes que al sacudón de la carcajada. O recordar lo que nos decía el gran Charles Chaplin: “La risa es un tónico. Un alivio. Un respiro que nos permite apaciguar el dolor”.