Estamos acabando un año que tuvo de todo; problemas de aquellos que nunca faltan, cambio de gobierno en nuestro país que marcaron una diferencia a lo antes conocido, un partido triunfador nuevo, con integrantes de viejo cuño político y el espacio de esperanza abierto para una mejor vida en sociedad. La expectativa que producen los cambios anunciados y la fe puesta en los hombres y mujeres elegidas, para conducir a México por una senda exitosa hacia un futuro promisorio.
El caso es que por estas fechas en las que usted lee este artículo, quiero anticiparme a explicar un poco más al detalle y con algo de historia, el origen de la palabra “Navidad”.
Para este fin, recurro al periodista y filólogo Ricardo Soca, que en “La fascinante historia de las palabras” nos deja esta acuciosa y entretenida aclaración sobre este vocablo, tan caro a nuestros sentimientos y que tantas veces mencionamos en diciembre.
“Cuando compramos los regalos de Navidad, decoramos el árbol o la casa o nos reunimos con la familia alrededor de la cena navideña, raramente nos detenemos a pensar cómo se fueron formando esas tradiciones milenarias, algunas de ellas mucho más antiguas que el propio cristianismo.
Es la fiesta más universal de occidente. La conmemoración del nacimiento de Jesús se festejó por primera vez el 25 de diciembre de 336 en Roma, pero hasta el siglo V la Iglesia de Oriente siguió celebrando el nacimiento y el bautismo del “niño Dios” de los cristianos el 6 de enero. El nombre de la fiesta Navidad, proviene del latín nativitas, nativitatis (nacimiento, generación).
En siglos posteriores, las diócesis orientales fueron adoptando el 25 de diciembre y dejando el 6 de enero para celebrar el bautismo de Cristo, con excepción de la Iglesia Armenia, que hasta hoy conmemora la Navidad en esa fecha de enero.
No se conoce con certeza la razón por la cual se adoptó el 25 de diciembre para celebrar la fiesta navideña, pero los estudiosos consideran probable que los cristianos de aquella época se hubieran propuesto reemplazar con la Navidad la fiesta pagana conocida como natalis solis invicti (festival del nacimiento del sol invicto), que correspondía al solsticio de invierno en el hemisferio norte, a partir del cual empieza a aumentar la duración de los días y el sol sube cada día más alto por encima del horizonte.
Una vez que la Iglesia oriental hubo adoptado el 25 de diciembre para la Navidad, el bautismo de Jesús empezó a festejarse en Oriente el 6 de enero, pero en Roma esa fecha fue escogida para celebrar la llegada a Belén de los Reyes Magos, con sus regalos de oro, incienso y mirra (resina aromática y medicinal extraída de los árboles de la zona).
A lo largo de los siglos, las costumbres tradicionales vinculadas a la Navidad se desarrollaron a partir de múltiples fuentes. En esas tradiciones, tuvo considerable influencia el hecho de que la celebración coincidiera con las fechas de antiquísimos ritos paganos de origen agrícola, que tenían lugar al comienzo del invierno.
Así, la Navidad acogió elementos de la tradición latina de la Saturnalia, una fiesta de regocijo e intercambio de regalos, que los romanos celebraban el 17 de diciembre en homenaje a Saturno.
Y no hay que olvidar que el 25 de diciembre era también la fiesta del dios persa de la luz, Mitra, respetado por Diocleciano y que había inspirado a griegos y romanos a adorar a Febo y a Apolo.
En el Año Nuevo, los romanos decoraban sus casas con luces y hojas de vegetales y daban regalos a los niños y a los pobres, en un clima que hoy llamaríamos ‘navideño’ y, a pesar de que el año romano comenzaba en marzo, estas costumbres también fueron incorporadas a la festividad cristiana.
Por otra parte, con la llegada de los invasores teutónicos a la Galia, a Inglaterra y a Europa Central, ritos germánicos se mezclaron con las costumbres celtas y fueron adoptados en parte por los cristianos, con lo que la Navidad se tornó desde muy temprano una fiesta de comida y bebida abundante, con fuegos, luces y árboles decorados.
La Navidad que celebramos hoy, es el producto de un milenario crisol en el que antiguas tradiciones griegas y romanas se conjugaron con rituales célticos, germánicos y con liturgias ignotas de misteriosas religiones orientales.