Por José A. Ciccone
Transitamos este corto febrero entre vacunas rusas que llegan y por fin se comprueba su confiabilidad, economía mundial -en la que estamos inmersos-, sin resolver y en suspenso, Presidente superando el Covid-19, ex gobernador ayer precioso y hoy encarcelado, más ex funcionario extraditado de España, que promete regresar lo hurtado para evitar las rejas.
Un flamante Presidente Biden que entró con espada desenvainada -como hábil esgrimista-, cambiando la mayoría de decisiones tomadas por su antecesor, el revoltoso Trump.
En medio de todos estos acontecimientos sacudidores, el inefable recordatorio local de las próximas elecciones que serán las más grandes en la historia de México. Con el aderezo que le ponen algunos candidatos protagonistas, más cercanos a “el show debe continuar” que al buen oficio de la política, que es bien entendida y mejor aplicada por conocedores.
Los antiguos griegos, que del tema sabían mucho porque fueron los primeros, sostenían que en materia política si nos salimos de los hechos reales, nos perderemos sin retorno.
Parece que a los mencionados no les importan estas nimiedades griegas y ni siquiera mirarían de soslayo las recomendaciones de Nicolás Maquiavelo cuando nos decía:
“Un buen político de ser comedido al creer y al actuar, no atemorizarse nunca y proceder moderadamente, con prudencia y humanidad, de modo que la confianza desmedida no lo convierta en incauto, y la desconfianza exagerada no lo haga intolerable”. Nada de esto será oído, porque seguirán insistiendo en su espectáculo entre grotesco e injusto, porque le quitan el lugar a mucha gente joven que sí tiene carrera y aprendizaje político, ocupando su lugar, sólo porque hay dirigentes que creen más en la falsa mercadotecnia política del flash, insistiendo con posicionar en sus partidos, personajes populares de la vida artística con la finalidad de reclutar votos. Todos tenemos derecho a participar en el ejercicio político, lo que es inadmisible es que lo hagan aquellos que ni siquiera conocen qué significa realmente y cuales son las obligaciones para poder ejercer dignamente una diputación, senaduría, presidencia municipal o, peor aún, gubernatura de un Estado.
Convengamos que en la vida cotidiana el tiempo pasa casi sin darnos cuenta, cada día empieza a ser igual al otro, pero de tanto en tanto surge un hiato que rompe con el pasado y comienza algo nuevo, revitalizante. Este no es el caso, aquí se trata de ocurrencias rebuscadas para ganar terrenos políticos perdidos por incapacidad, avaricia y mal cálculo. Se necesita otra cosa para lograr cambios verdaderos, palpables; imaginación certera, oficio, claridad de conceptos, gente joven soportada por la experiencia, propia o de otros, imagen fresca, con poco desgaste y mucha honestidad para volver a triunfar en una arena, otrora sagrada, hoy manchada por las ineptitudes, egoísmos pronunciados y grandes intereses espurios. No sé si la conducción de los que gobiernan actualmente es mejor, aunque algunos están haciendo bien las cosas, pero otros no, dentro del mismo partido.
Con el correr del tiempo tendrán que demostrarlo con hechos, porque sino ahí estaremos vislumbrado otra ironía, que como toda ironía, establece una posición de superioridad -cuando no de inferioridad negada-, respecto de aquello sobre lo que la propia ironía recae.
Ojalá que el elector, a la hora del voto, informándose como es debido y no de oído, le dé una verdadera lección de civismo a los que pretenden hacer creer que resulta igual cantar con enjundia un buen bolero, hacer reír con muecas y gritos, subirse a un ring tirando golpes, patear un balón, concursar y actuar frente a las cámaras, que hacer política seria en beneficio de la ciudadanía, conociendo a fondo las leyes que rigen en el país, o de perdida haber leído de reojo, alguna vez, la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.
Si no corregimos a tiempo estos equivocados rumbos políticos caprichosamente emprendidos, habremos entrado irremediablemente en una improvisación supina que lamentaremos por muchos años.