Por José A. Ciccone
“Para no pocos espíritus gregarios, la ética es complicidad: ¡NO! La ética es decencia, y ella obliga a no pactar con el inmoral.
Si para explotarlo, por ejemplo un médico, engaña a sabiendas a un enfermo, lo ético es desengañar al enfermo, no cubrir al médico”,
Dr. Florencio Escardó
Suelen confundirse estos términos de manera cotidiana, ética y moral guardan sus diferencias silenciosas aunque las dos tengan como finalidad, en su buen uso y a partir de acciones concretas y ejemplares, propagando el bien común. Precisamente como lo sostenía el filósofo, polímata y científico Aristóteles, al decirnos que la ética se ocupa de definir el bien del hombre, lo que es bueno para cada uno. De esta manera, el ser humano actúa y cada uno de sus actos persiguen un fin; ese conjunto de fines se dirige al logro de un fin a sí mismo, considerado como el bien supremo.
Por eso, para los filósofos la ética es una rama de la filosofía, un pensamiento crítico que se encarga de denunciar sometimientos y ataduras, intentando aumentar la libertad de vida.
Cada filósofo crea una ética, en tanto pensamiento crítico que apunta siempre al señalamiento de cualquier sometimiento humano, en cambio la moral -que para muchos distraídos, parece ser hoy sólo un árbol que da moras-, responde a la opinión, al sentido común ‘no despabilado’ obligando a las personas a ajustarse en una clasificación perentoria de lo bueno y lo malo. Capta nuestra subjetividad de tal modo que el humano se vuelve incapaz de tomar distancia y separar muchas veces, lo que quiere o desea de lo que la moral le exige. Etimológicamente la palabra moral proviene del latín y ética –ethos– del griego y en ese sentido, las dos apuntan a la costumbre que es su segunda naturaleza, en realidad, para la gente es más imprescindible y necesaria que lo natural, pues de ella depende nuestro reconocimiento social, nuestra pertenencia a determinado grupo, clase social o etnia.
Para quienes desarrollan la ética de la singularidad, ésta puede existir porque “el ser humano no es, ni ha de ser o realizar ninguna esencia, ninguna vocación histórica, ni espiritual, ningún destino biológico, porque si fuese o tuviese que ser este o aquel destino, no existiría experiencia ética posible y sólo habría tareas que realizar”.
Muchos las utilizan como sinónimos, sin embargo la distinción entre estas dos palabras es muy importante para los filósofos actuales y muy necesaria para la convivencia.
Para la moral, todos los roles de la vida son iguales y todos se deben cumplir de la misma forma. Así la sociedad está en orden y, si no hay orden, la moral pretende que el desorden pase inadvertido.
Nuestra identidad humana es puesta en tela de juicio cuando no nos ajustamos a las normativas y principalmente a las normas morales. El filósofo francés Michel Foucault decía que “cada sociedad tiene su nombre para los raros, los que no cumplen con las expectativas”. Este es en un sentido de la palabra sujeto, nos remite al estado de estar sujetados a las convenciones morales vigentes que rigen a cualquier sociedad, sin darse cuenta muchas veces de la situación, en la cual están inmersos, contribuye a esto, el que conjuntamente con la moral convencional, hay instituciones prestigiosas voceros de las éticas tradicionales del bien y la justicia absoluta, que fomentan en mujeres y hombres, la imagen de un sujeto razonable, libre y autónomo, capaz de decidir acerca de su propia vida con independencia a cualquier determinación histórica, individual o social. La idea de un humano capaz de autodeterminarse en su accionar a partir de principios generales con prescindencia de sus deseos, frustraciones, o resentimientos enmascarados en la dependencia del sujeto-sujetado.