Por José A. Ciccone
En las últimas diez semanas, hemos contemplado tantos eventos deportivos como se han podido realizar. Desde la famosa Copa América de fútbol –el torneo más antiguo de nuestro continente-, pasando por la final del fútbol mexicano ganada por mis azules; los Juegos Olímpicos de Tokio y la reciente Copa Oro, de triste final.
Todos estos espectáculos deportivos estuvieron, por parte de las televisoras, invadidos con anuncios publicitarios de todo tipo, tamaño, formas e imprudencias como se les vino en ganas. La medalla de oro y el podio completo de abusos comerciales, sin duda, se los llevó Univisión.
Durante la transmisión de los partidos, en pleno juego, no sólo interrumpieron de manera constante recordándonos avances de la telenovela que transmite el canal en la voz del relator deportivo en turno que se oía posado, burdo y artificial en esa tarea. Los siguen una serie torturante de banners, explosiones de colores en la pantalla, anuncios, recordatorios, jugadas previas que nadie pidió –precisamente por estar concentrados en lo que uno está viendo en ese momento- y no conformándose con eso, conexiones imprudentes que nos anuncian lo que vendrá en el canal, con la imagen de alguien que, micrófono en mano, cumple ese odioso cometido de anticiparnos lo que nadie quiere enterarse en ese instante crucial del partido, un horror, un despropósito comercial que raya en lo vulgar, seguramente porque los ejecutivos de la cadena televisiva pensarán que ‘hay que vender cueste lo que cueste’ aún a expensas del telespectador incauto que contempla ese desastre.
Continúan el suplicio con el jugador del partido llega hasta usted gracias a… –cuando aún faltan veinte minutos de competencia-, la jugada destacada es presentado por… la mirada tecnológica del gol se la debemos a… y hasta lo delirante de un mapeo del juego, auspiciado por… así sucesivamente hasta el hartazgo, al final para hacernos creer que además de conminarnos a comprar sus productos y servicios, todo se lo debemos a ellos, los benditos patrocinadores que no dejaron ver el encuentro en paz, gritar a gusto y todo lo demás, porque dependemos de miles de sponsors, claro, sin olvidarnos que dentro del estadio hay cientos de anuncios titilando con marcas y más marcas agobiantes.
Como pilón y en el transcurso del encuentro, se conectan con las muchachas que están en el canal para que ellas nos avisen que apenas termine el partido, realizarán comentarios y análisis del mismo, es ahí donde uno se pregunta, ¿entonces los comentaristas y relatores qué hicieron durante el encuentro? Seguramente hablaron de las comidas típicas de cada país, el clima, la edad y origen del árbitro, la noche que pasaron los jugadores más otras investigaciones responsables y tan útiles ¿o fútiles? para el contenido de la disputa. Anunciar los cambios de jugadores a tiempo, comprometerse a opinar si fue o no penal, la dudosa posición de un offside u ofrecernos un análisis instantáneo de la ubicación táctica de cada equipo, eso parece que no cuenta en su relajado y supuesto trabajo. Es en ese instante donde uno se vuelve a preguntar ¿cuánto pagarán estos comentaristas para estar ahí, o también les pagan?
Soy publicista, toda mi vida me dediqué a esta maravillosa profesión, por lo tanto vender es mi trabajo, pero ese hecho no me impide ver una realidad publicitaria en pleno 2021 que raya en lo banal y poco ético, que nada tiene que ver con tiempos modernos o espectadores jóvenes que requieren otros códigos y más torpes argumentos que alcanzo a oír, ni siquiera por posturas mediáticas obligadas por la época que nos toca transitar, o los actuales perfiles etarios de consumidores más codiciados, nada de eso.
Esta forma impulsiva de querer vender, es desmesurada, sin categoría, inculta y posesiva. Este inserto de publicidad dentro del deporte, parece enseñarnos lo que no se debe hacer al respecto por su mal gusto de comercialización desenfrenada y con pocos escrúpulos, obviamente con un resultado que, a la postre, a nadie beneficia, ni siquiera al anunciante que paga el espacio, porque la recordación será inevitablemente baja. Nadie puede retener en su mente tanto anunciante junto y revuelto, donde cada marca nos grita que es la mejor y cada servicio se pone primero en la lista, porque ese hecho repetitivo, casi tautológico, invita más al rechazo que a la adhesión del consumidor. El efecto de compra deseado se desvanece invariablemente.
Mejor tomémonos esto con humor, deseando que impere el sentido común en esta gente, principalmente de esta importante cadena televisiva norteamericana, que elaboran sus pautas, seguramente pensando en vender más sin importares las formas, que al final, resultará en el fondo de otro fracaso comercial.
Solamente estamos esperando que en las próximas justas deportivas futboleras internacionales, cuando inicien los himnos de cada país -otrora sagrados-, la temblorosa voz de un relator nos diga que llegan hasta nosotros por cortesía de alguna importante compañía de seguros, por aquello de los choques que pudieran ocurrir durante el encuentro.
¡Basta para mi!