Por José A. Ciccone
Resultaría ocioso enumerar la gigantesca cantidad de trastornos provocados por el archiconocido coronavirus; desde el pánico que sembró por todo el mundo esta pandemia que tiene a la salud de todos en alerta permanente, las muertes que produjo, el desastre económico global en el que nos metió y el definitivo cambio que propone en nuestras vidas de ahora en más. Ya nada será igual, el cuidado con que llevaremos los movimientos cotidianos estará regido por protocolos en la vida diaria de todos, muchas de las actividades en los negocios funcionarán a través del ‘home office’ o el trabajo desde casa, que hasta hace muy poco tiempo, sólo algunos conocían o practicaban, las compras por correo o los ‘delivery’ aumentaron rápidamente, otro ejemplo es la famosa plataforma Zoom que en un par de meses nos mostró otra variante de contactarnos cara a cara, como nos gusta. Está claro que en los últimos meses, esta pandemia nos trajo nuevas enseñanzas de todo tipo.
Ahora bien, ¿qué va a pasar con los negocios semimuertos que necesitan recuperar lo perdido o con aquellos que tendrán que reinventarse? En primer lugar, las empresas deberán ejercer un liderazgo nunca antes visto, pero desde otra óptica más humana, más solidaria, pensando en el bien común, renovándose pero también madurando. Las marcas deben dar seguridad y protección en tiempos complicados, estar más con sus clientes y con toda la sociedad en la que operan. Es el tiempo justo para generar empatía; respetar los procesos y momentos que cada ciudadano vive, de entendernos más. Los consumidores esperan de las compañías y sus marcas, más valor real en lo que ofrecen, mayor comprensión para su complicada situación. Necesitamos acompañar el nuevo y necesario comportamiento de los compradores, brindar confianza y crear calma con mensajes que colaboren en la recuperación y unión de toda la sociedad, seguiremos más que nunca dentro de un mercado de competencia acelerado, sí, pero desplegando capacidad creativa, con innovación y procedimientos claros, reconociendo siempre el esfuerzo de los demás.
Todos hemos recibido una dolorosa lección, ahora debemos demostrar de qué estamos hechos para enfrentar una crisis de características únicas, porque el Covid-19 no sólo lastimó severamente la economía mundial, sino que su afectación tocó las fibras más sensibles del ser humano, separándonos físicamente de la manera más cruel; ninguna enfermedad, ni las terminales, contienen un grado de segregación tan alto, porque ni siquiera la gente se puede despedir de sus muertos y darles un último beso o abrazo.
Como contraparte, nos enseñó a valorar el tiempo, a cuidar mucho más nuestra salud, a comprender mejor el dolor de los otros, a luchar codo a codo y en familia para vencer adversidades y entender más que la comunicación de contacto virtual, también sirve para solucionarnos problemas de acercamiento con los demás y añorar, aún más, el valor de los encuentros en carne y hueso, la mirada directa del otro, el tibio y necesario apretón de manos, el abrazo tan franco como estruendoso y el beso que estimula nuestra sangre.
De todas maneras, debemos seguir, con la esperanza puesta por delante y el deseo que la ciencia haga su papel de manera acelerada, para encontrarle solución -quizás por la vía de una vacuna salvadora-, que pueda tranquilizarnos y organizar nuestras vidas de manera ‘normal’ o por lo menos lo que nosotros considerábamos como normal, para poder adaptarnos a lo anunciado como ‘La nueva normalidad’. No queda duda que los tiempos y las circunstancias cambian, nosotros debemos adaptarnos a ellos.