Por José A. Ciccone
 
Pocos podrán negar que estamos viviendo una época donde todo es inmediato a nuestro alrededor. La velocidad le gana a la reflexión y corremos todo el día, muchas veces ‘para llegar a ningún lado’, o no saber qué hacer con el tiempo ganado. Las señales que podemos encontrar en la calle de los padecimientos subjetivos son muchas. Lo que denominamos el exceso de realidad produce oscuridad en una subjetividad que construimos en la fragmentación y vulnerabilidad del entramado social mundial en el cual estamos inmersos. Éste se manifiesta de diferentes indicadores en la agitada vida cotidiana: violencia urbana e intrafamiliar, aislamiento, inseguridad, aumento en la cantidad de suicidios, soledad e indiferencia hacia el prójimo, entre otras deficiencias.
 
Abordar el tema que caracteriza a nuestra cultura, con enfoque en el aceleramiento del tiempo subjetivo podría resultar agotador, sin embargo vale la pena recordar que hace 2,500 años el filósofo Heráclito dejó una gran cantidad de conceptos fragmentarios que han llegado hasta la actualidad. Uno de ellos lo enunció con una metáfora: ‘nunca podemos meternos dos veces en el mismo río’ porque cuando entramos por segunda vez, el río habrá cambiado, ya no será el mismo. Lo único constante es el cambio, aunque si hoy somos estrictos, diremos que el cambio mismo ha cambiado. Sin duda pensamos que actualmente se ha acelerado nuestra concepción del tiempo en la relación con nosotros mismos y con los demás, porque a lo largo de la historia, el tiempo fue una de las variables importantes en las complicadas relaciones humanas, aunque no siempre se lo midió de la misma manera. Hasta el medioevo a nadie le importaba medir el tiempo en horas y minutos. Recién fue en el inicio del siglo XVI, con la llegada de un capitalismo incipiente, que las campanas de Nüremberg comenzaron a sonar cada cuarto de hora. En la actualidad podemos caracterizar nuestra época por el nanosegundo. Éste es una unidad de tiempo que se usa en la física cuántica, equivalente a las mil millonésima parte de un segundo.
 
Pareciera que ya no alcanza para medir el tiempo con las horas y los segundos. Todo debe ser ya y cuando llegó es tarde. Tenemos la impresión que los días pasan a la velocidad de un nanosegundo. Sin darnos cuenta pasó un año, donde seguramente nos quedaron muchas cosas sin hacer e iniciamos otro con la esperanza de concluir lo que empezamos. La sensación de velocidad produce la paradoja de crear impaciencia, de hacernos sentir que no hay tiempo que alcance, por ello la ansiedad es uno de los principales síntomas de nuestra época. Nuestra subjetividad está construida en una cultura donde, por ejemplo, el aceleramiento es lo más adecuado para consumir en el mercado de compra y venta que se ha transformado nuestra sociedad. Parece que ya no es importante lo que se compra, lo que interesa es comprarlo. La consigna es ‘compre ya’. Puede ser un automóvil o un sacacorchos automático, un curso acelerado de yoga, un teléfono celular multiojos, diez sesiones para curar una fobia, o un psicofármaco de última generación. Lo importante es que el comprador no se detenga para pensar. No se detenga para conocer sus verdaderas necesidades y deseos. Claro que alguien pensará: ‘para qué detenernos si existe un sistema a nuestro alcance que nos ofrece todo lo que necesitamos’. En realidad éste es el problema: no es que necesitemos todo lo que nos ofrecen, sino que porque lo ofrecen lo necesitamos.
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