Por José A. Ciccone.
 
En mi entrega anterior hablaba sobre la idea de implementar una forma más efectiva en el momento de comunicarnos con los demás y para que esto sea posible, debemos tomar en cuenta cómo piensa el otro, o si contamos con algunos indicios que nos lleven a esa conclusión, es decir, comprender mejor al receptor para que nuestro mensaje tenga la carga semántica y emotiva necesaria, por ende lograr el objetivo más deseado; habernos comunicado de la mejor forma.
 
Por fortuna, alguien ‘se nos adelantó’ en esto de la comprensión y creó esta antigua fábula oriental, en la que se cuenta un encuentro entre un mono y un pez, en medio de una circunstancia muy especial, es una historia sencilla y ejemplar, veamos:
 
El ‘chango’ en cuestión jamás había salido del claro de la selva en el que vivía y nunca antes había visto un pez. Conocía todo aquello que el limitado espacio en que se desenvolvía, le había permitido conocer. Sabía que existían las frutas, pero sólo probó los plátanos y los cocos. Veía el agua del lago, pero en reposo, nunca en torrente como en el río. Sabía de animales, pero sólo de aquellos que pasaban cerca de su ‘hogar’.
Un buen día, se largó a caminar y sus pasos dieron con un caudaloso río que corría cortando la selva. Se quedó asombrado, porque nunca había visto tanta agua corriendo por un cauce. El mono parecía hipnotizado viendo aquella carrera incontenible de agua. No quitó su mirada del río, hasta que algo lo sobresaltó; la presencia de un pez. Dicho de mejor manera y tratando de interpretar su pensamiento, diremos que: “la presencia de un extraño animal que había caído al agua y que, seguramente se estaba ahogando. Porque él no conocía ningún bicho que respire bajo el agua. Entonces, este ‘changuito’ solidario como pocos, no dudó un instante y se puso a correr paralelamente al río, siguiendo al bicho que ‘se estaba ahogando’ arrastrado por la feroz corriente. En cuanto tuvo oportunidad, se colgó de una rama que cruzaba el río, logró atrapar el pez y ‘rescatarlo del agua’. Mientras lo agitaba frenéticamente en su mano, una jirafa que contemplaba la escena, le preguntó: ¿Qué haces, monito? y él contestó: –¿No lo ves? Estoy salvando a este pobre bicho de morir ahogado. A esta altura del relato, el pez ya no era pez sino pescado y la “salvación” del mono le había provocado la muerte.
 
El mismo oxígeno que permite respirar al mono, ahoga al pez.
 
La misma luz que permite ver al águila, ciega al búho.
 
El mismo alimento que da vida a uno, envenena al otro.
 
Este conjunto de moralejas encierran verdades enormes, porque seguramente cambiaría la comprensión entre los seres humanos si todos nos preocupáramos por saber “Cuál es el aire que respiran los demás”. Qué distinta sería la deseada comprensión si nos preguntáramos más seguido, qué es lo que permite vivir mejor al prójimo.
 
A todos no nos hacen felices las mismas cosas.
 
No respiramos todos con el mismo oxígeno. No vibramos igual con la misma música. Nos conmovemos distinto, por disímiles sentimientos y hasta nos reímos por distintos motivos. Que la raza humana tenga la misma procedencia, no nos iguala a todos.
 
La intrincada telaraña política de nuestros días nos deja ver y oír que los contendientes son capaces de espetar al otro diciendo: “Lo que sostiene el partido contrario, o tal fracción ideológica, es un absurdo total, ‘eso’ jamás conducirá a nada bueno, en cambio nuestra postura, sí es una salida verdadera y concreta a los problemas que se están planteando”. Ahí tenemos cerrado y remachado el círculo mental que nos impide pensar que quizás, el otro también puede tener razón, o algo de verdad en lo que afirma.
 
Por estas razones, el contenido de la fábula anterior, resulta ser una clave fundamental para el tema de la comunicación humana, aunque no pretenda afirmar el relativismo de todas las cosas. Aún si podemos hablar de lo relativo de un código de comunicación o de una experiencia que ha sido compartida o no.
 
Sabemos que el aire o el oxígeno del otro puede cambiar con su situación cultural, social, generacional, educativa, pero eso no significa que los valores de fondo se modifiquen. Dicho de otra forma, es inadmisible justificar alguna trasgresión en las conductas porque se las tome como una expresión del oxígeno ajeno. Pensar simplemente que hay ‘peces’ que no respiran con nuestro mismo aire, debe llevarnos a buscar los caminos de entendimiento y acercamiento. Pero cuando la cuestión no pasa ‘por los peces’ sino por la ausencia de valores del derecho natural, sin condenar ni agredir, nuestra postura debe ser igual de clara que firme. Resulta un grave error, por intentar comprender al otro, decir que algo está bien, sólo por darle por su lado o lograr algo a cambio, cuando objetivamente sabemos que está mal. Eso no es comprensión, eso no es ponerse en la piel del otro. Eso es demagogia pura o falsa postura para hacerse pasar por comunicativo y comprensivo.
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